Por: Antonieta Madrid
Podría
decir que me he pasado la vida entera leyendo. Crecí entre libros. Desde mi más
temprana edad, tal vez desde que aprendí a leer a los cuatro años, tuve el
hábito de la lectura. Leía todo lo que pasaba por mis manos. Resultan
innumerables las lecturas que me han impactado, pero sólo anotaré las que vienen a mi memoria
en este momento y que, aún cuando no resulte detectable alguna influencia de
estas lecturas en mi propia obra, de otra
manera, mucho más sutil, han nutrido mi escritura. Las lecturas, así
como el hábito de leer, se lo debo a dos personas muy queridas –ya
desaparecidas-, aficionadas a la literatura, que me acompañaron desde la
infancia: mi padre, Eduardo Madrid Carrasquero (+) y mi tía paterna, María Inés
Madrid C. (+), lectora empedernida que
me hablaba en francés y emprendió varias traducciones de novelas, del francés
al español, que transcribía en cuadernos escolares.
Recuerdo
que mi padre, por las tardes, después de las tareas y antes de la hora de dormir,
nos leía historias fascinantes: “El Tesoro de la Juventud”; “Los viajes de Gulliver”; “Las
tardes de la granja”; los “Cuentos maravillosos rusos”; los cuentos de los Hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, entre otras
historias y, más adelante, durante los años del bachillerato, nos animó a leer
a los escritores rusos, (Tolstoy, Dostoievski,
Turguénev y otros); los franceses, Flaubert, Proust (todos
los libros), Sartre (la trilogía de “Los caminos de la libertad”: La
muerte en el alma; La edad de la razón y El aplazamiento);
Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, Christiane Rochefort
y Marguerite Duras, entre otros; los norteamericanos: Faulkner,
Steimbeck, Dos Pasos, Gertrude Stein, Louise Alcott (“Mujercitas”) y
Scott Fitzgerald, entre las lecturas más recordadas de la adolescencia,
además de las novelas (inglesas) de las Hermanas Brontë: Emily (“Cumbres
Borrascosas”), Charlotte (“Jane
Eyre”) y Anne (“Agnes Grey”) y algunos libros de Mitología Griega, entre
otros libros cuyos títulos escapan en
este momento a la memoria, de manera que, a los trece o catorce años, ya
contábamos (mis hermanos y yo) con un record de lecturas que hoy podría asombrar a muchos.
Durante la
carrera de Educación en la UCV (1963-68), continué con mis lecturas literarias,
entre las que puedo contar a: James Joyce (todos los libros); Franz
Kafka; Hermann Hesse; Virginia Woolf
(todos los libros). Descubrí a Henry Miller (los Trópicos y otros
libros, cartas, etc.), Lawrence Durrel (El Cuarteto de Alejandría y otros),
Anais Nim (los diarios); los cuentos de Isak Dinesen (Karen Blixen); Doris Lessing y las
novelas de Carson McCullers. No
podría obviar de este recuento a los poetas norteamericanos Allen Ginsberg,
Walt Whitman, y Lawrence
Ferlinghetti; los franceses Arthur Rimbaud, Charles
Baudelaire, Stéphane Mallarmé y otros. Entre los escritores
latinoamericanos, Jorge Luis Borges (todos los libros), Cortázar (Rayuela
y los cuentos), José Donoso (todos los libros), Manuel Puig
(todos los libros), Augusto Roa Bastos (Yo, el supremo); los
escritores del Boom y del Postboom; Severo Sarduy (todos sus libros), Luisa
Valenzuela, Silvina Bulrich y Sergio Pitol; el español Antonio Muñoz Molina y
los autores venezolanos a quienes
he leído con gran interés en todas las etapas de mi vida de lectora. Pienso que en Venezuela
tenemos grandes escritores, pero la lista resulta muy larga y la sola omisión
de un nombre, sería un error inadmisible de mi parte. Tampoco quisiera caer en
el síndrome del “Arca de Noé” de la
literatura en mi país.
En los setenta, durante mi permanencia en la Universidad de
Iowa (School of Letters), donde participé en las actividades creativas del
International Writing Program, me incliné por otras lecturas inolvidables entre
las que podría contar los ensayos de Maurice
Blanchot (El espacio literario, El libro que vendrá y La
escritura del desastre), Georges Bataille (L’Érotisme y
Les larmes d’ Eros; Jean Baudrillard (De La seducción); las
novelas de Jean Rhys (Wide Sargasso Sea, Voyage in the dark y
Good Morning Midnight y los cuentos de The Left Bank); los ensayos
de Susan Sontag; los
libros de Jack Kerouack (On
the road, The Town and the City, El ángel subterráneo y Los vagabundos
del Dharma, entre otros). Jack Kerouac falleció en 1969 y al año siguiente,
con un grupo de amigos viajamos a Lowell, Massachusetts, desde Nueva York, para
visitar a la familia del escritor. Sólo encontramos a la suegra, de origen
griego, que nos alojó en su casa y el cuñado que nos llevó a visitar la tumba y
el bar donde JK era asiduo visitante. También en esta época releí -las había
leído mientras estudiaba Educación- las
obras de Freud, Karen Horney y Erich Fromm; los autores de la llamada
“Escuela de Frankfurt” (T. Adorno, W. Benjamin, Max Horkheimer y otros);
los conductistas norteamericanos, Koffka y Köhler; todos los
libros de Marshall MacLuhan, y de
Herbert Marcusse, entre otros que escapan a este breve recuento.
Más tarde, en la década de los ochenta, en la Universidad
Simón Bolívar, donde obtuve el título de Magister en Literatura Latinoamericana, incursioné en la lingüística y semiótica: Ferdinand
de Saussure, Chomsky, Umberto Eco,
Sollers, Jean Baudrilard (La transparence du mal), Gilles
Lipovetsky (La era del vacío y El imperio efímero), Edgar Morin y otros. Me incliné por Roland Barthes
-otro hito en mi vida de lectora- y escribí algunos ensayos sobre su obra.
También leí a Milan Kundera: las novelas (La insoportable levedad del
ser, La vida está en otra parte, La despedida y La inmortalidad, entre otras)
y los ensayos (El arte de la novela, Los testamentos
traicionados y El telón). Este fue un período de lectura
intensa y de relectura de muchos de los libros que ya conocía, especialmente el
“Quijote” y el “Ulises”, además de la
relectura de los griegos. Últimamente, podría contar entre mis lecturas
preferidas, los libros de Michel
Maffesoli (El tiempo de las
tribus, El conocimiento ordinario, L’instant éternel (“El instante eterno”)
y L’ombre de Dionysos (“La sombra
de Dionisio”), entre otros. Tengo en mi
biblioteca unos dos mil ejemplares (he perdido muchos libros en los
numerosos viajes), que pretendo haber leído, pero no alcanzaría a nombrarlos en
este recuento.
Si debo escoger diez libros, podría incluir: