jueves, 20 de noviembre de 2014








Con Nicanor Parra en su recital en The University of Iowa. Mayo, 1970.













                                                                                



Con Jorge Luis Borges. Atenas, Grecia, 1977.                                                                                                             

jueves, 6 de noviembre de 2014


LECTURAS
Por: Antonieta Madrid
 
Podría decir que me he pasado la vida entera leyendo. Crecí entre libros. Desde mi más temprana edad, tal vez desde que aprendí a leer a los cuatro años, tuve el hábito de la lectura. Leía todo lo que pasaba por mis manos. Resultan innumerables  las lecturas que  me han impactado,  pero sólo anotaré las que vienen a mi memoria en este momento y que, aún cuando no resulte detectable alguna influencia de estas lecturas en mi propia obra, de otra  manera, mucho más sutil, han nutrido mi escritura. Las lecturas, así como el hábito de leer, se lo debo a dos personas muy queridas –ya desaparecidas-, aficionadas a la literatura, que me acompañaron desde la infancia: mi padre, Eduardo Madrid Carrasquero (+) y mi tía paterna, María Inés Madrid C. (+),  lectora empedernida que me hablaba en francés y emprendió varias traducciones de novelas, del francés al español, que transcribía en cuadernos escolares.
Recuerdo que mi padre, por las tardes, después de las tareas y antes de la hora de dormir, nos leía historias fascinantes: “El Tesoro de la Juventud”;  Los viajes de Gulliver”; “Las tardes de la granja”; los “Cuentos maravillosos rusos”; los  cuentos de los Hermanos Grimm y  Hans Christian Andersen, entre otras historias y, más adelante, durante los años del bachillerato, nos animó a leer a los escritores rusos,  (Tolstoy,  Dostoievski,  Turguénev y otros); los franceses, Flaubert, Proust (todos los libros), Sartre (la trilogía de “Los caminos de la libertad”: La muerte en el alma; La edad de la razón y El aplazamiento); Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, Christiane Rochefort y Marguerite Duras, entre otros; los norteamericanos: Faulkner, Steimbeck, Dos Pasos, Gertrude Stein, Louise Alcott (“Mujercitas”) y Scott Fitzgerald, entre las lecturas más recordadas de la adolescencia, además de las novelas (inglesas) de las Hermanas Brontë: Emily (“Cumbres Borrascosas”),  Charlotte (“Jane Eyre”) y Anne (“Agnes Grey”) y algunos libros de Mitología Griega, entre otros libros cuyos títulos  escapan en este momento a la memoria, de manera que, a los trece o catorce años, ya contábamos (mis hermanos y yo) con un record de lecturas que  hoy podría asombrar a muchos.    
         Durante la carrera de Educación en la UCV (1963-68), continué con mis lecturas literarias, entre las que puedo contar a: James Joyce (todos los libros); Franz Kafka;  Hermann Hesse; Virginia Woolf (todos los libros). Descubrí a Henry Miller (los Trópicos y otros libros, cartas, etc.), Lawrence Durrel (El Cuarteto de Alejandría y otros), Anais Nim (los diarios); los cuentos de Isak Dinesen  (Karen Blixen); Doris Lessing y las novelas de  Carson McCullers. No podría obviar de este recuento a los poetas norteamericanos Allen Ginsberg, Walt Whitman, y Lawrence  Ferlinghetti; los franceses Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y otros. Entre los escritores latinoamericanos, Jorge Luis Borges (todos los libros), Cortázar (Rayuela y los cuentos), José Donoso (todos los libros), Manuel Puig (todos los libros), Augusto Roa Bastos (Yo, el supremo); los escritores del Boom y del Postboom; Severo Sarduy (todos sus libros), Luisa Valenzuela, Silvina Bulrich y Sergio Pitol; el español  Antonio Muñoz Molina  y  los  autores venezolanos a quienes he leído con gran interés en todas las etapas de  mi vida de lectora. Pienso que en Venezuela tenemos grandes escritores, pero la lista resulta muy larga y la sola omisión de un nombre, sería un error inadmisible de mi parte. Tampoco quisiera caer en el  síndrome del “Arca de Noé” de la literatura en mi país.
En los setenta, durante mi permanencia en la Universidad de Iowa (School of Letters), donde participé en las actividades creativas del International Writing Program, me incliné por otras lecturas inolvidables entre las que podría contar los ensayos de  Maurice Blanchot (El espacio literario, El libro que vendrá y La escritura del desastre), Georges Bataille (L’Érotisme y Les larmes d’ Eros; Jean Baudrillard (De La seducción); las novelas de Jean Rhys (Wide Sargasso Sea, Voyage in the dark y Good Morning Midnight y los cuentos de The Left Bank); los ensayos de Susan Sontag;  los libros de  Jack Kerouack (On the road, The Town and the City, El ángel subterráneo y Los vagabundos del Dharma, entre otros). Jack Kerouac falleció en 1969 y al año siguiente, con un grupo de amigos viajamos a Lowell, Massachusetts, desde Nueva York, para visitar a la familia del escritor. Sólo encontramos a la suegra, de origen griego, que nos alojó en su casa y el cuñado que nos llevó a visitar la tumba y el bar donde JK era asiduo visitante. También en esta época releí -las había leído mientras estudiaba Educación-  las obras de Freud,  Karen Horney y  Erich Fromm; los autores de la llamada “Escuela de Frankfurt” (T. Adorno, W. Benjamin, Max Horkheimer y otros); los conductistas norteamericanos, Koffka y Köhler; todos los libros de Marshall  MacLuhan, y de Herbert Marcusse, entre otros que escapan a este breve recuento.    
Más tarde, en la década de los ochenta, en la Universidad Simón Bolívar, donde obtuve el título de Magister en  Literatura Latinoamericana,  incursioné en la lingüística y semiótica: Ferdinand de Saussure, Chomsky,  Umberto Eco, Sollers, Jean Baudrilard (La transparence du mal), Gilles Lipovetsky (La era del vacío y El imperio efímero), Edgar Morin   y otros. Me incliné por Roland Barthes -otro hito en mi vida de lectora- y escribí algunos ensayos sobre su obra. También leí a Milan Kundera: las novelas (La insoportable levedad del ser, La vida está en otra parte, La despedida y La inmortalidad, entre otras) y los ensayos (El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón). Este fue un período de lectura intensa y de relectura de muchos de los libros que ya conocía, especialmente el “Quijote” y el  “Ulises”, además de la relectura de los griegos. Últimamente, podría contar entre mis lecturas preferidas,  los libros de Michel Maffesoli  (El tiempo de las tribus, El conocimiento ordinario, L’instant éternel (“El instante eterno”) y L’ombre de  Dionysos (“La sombra de Dionisio”), entre otros. Tengo en mi  biblioteca unos dos mil ejemplares (he perdido muchos libros en los numerosos viajes), que pretendo haber leído, pero no alcanzaría a nombrarlos en este recuento.
 
Si debo escoger  diez libros, podría incluir:
         1.- Ulises  (Ulysses, 1922), de James Joyce (1882-1941). Este libro ha sido como una Biblia para mí. Lo leí la  por primera vez en los años sesenta en la traducción de José María Valverde. Desde esta primera lectura quedé impactada. Años más tarde, en los ochenta, durante los estudios de la Maestría en Literatura Latinoamericana Contemporánea, en la Universidad Simón Bolívar, lo releí en el original inglés, en la edición de Harper Collins, como trabajo central de un curso dictado por George Yúdice, profesor invitado por la USB para el postgrado.
         Ulysses no sólo marcó la literatura del siglo XX, sino que cambió la visión  del mundo y de la literatura de muchos lectores, al integrar las distintas tendencias artísticas (cubismo, funcionalismo, psicoanálisis, jazz...) y renovar las técnicas novelísticas con el empleo del monólogo interior  y la técnica de la libre asociación. Podría escribir largamente sobre este libro pero, por razones de espacio, me limito a concluir que esta novela representa el hito más significativo de la literatura universal.
 
         2.- Las Olas  (The Waves, 1931), de Virginia Woolf (1882-1941). La lectura de Las olas me impactó. Es la última,  y  la  mejor lograda de la trilogía de Virginia Woolf (las otras dos son: Mrs. Dalloway (1925) y  To the Lighthouse  (1927), traducida como: “Al Faro”. Aunque fuera criticada por sus contemporáneos, entre éstos Joyce (habría que destacar que ambos escritores (V. Woolf y J. Joyce) nacieron y murieron en las mismas fechas: 1882-1941), en esta novela se trata de un audaz experimento novelístico al lograr  el perfecto equilibrio entre la estructura y la historia narrada. Esta obra, sin lugar a dudas,  es otro de los monumentos literarios del siglo XX.
 
         3.- La Metamorfosis (1912), de Franz Kafka (1883-1924). La lectura de este libro, no sólo me conmovió, sino que me ayudó a descubrir  una ciudad (Praga) que años después visité en varias ocasiones y amé especialmente porque ya la conocía, no sólo por la lectura de La metamorfosis, sino por otras lecturas,  como El Golem, de Gustav  Meyrink, las novelas de Milan Kundera y  más tarde, El Viaje, de Sergio Pitol. Sin caer en el lugar común de las etiquetas literarias, se puede decir que  en La metamorfosis, Kafka emplea el mecanismo de la bioficción al mezclar las alusiones a su propia vida (Biografía) con la más pura ficción, donde  toca lo fantástico,  a la vez que reflexiona sobre la propia escritura.
 
         4.- A la recherche du temps perdu  (1912-1922), de Marcel Proust (1871-1922). Traducido como “En busca del tiempo perdido”, los siete volúmenes que integran el conjunto, titulados: Du côté de chez Swan (“Del lado de Swan”), 1912; A l´ombre des jeunes filles en fleurs (“A la sombra de las muchachas en flor”), 1919; Le côté de Guermantes (“Del lado de Germantes), 1920; Sodome et Gomorre (“Sodoma y Gomorra”), 1921; La prisionère  (“La prisionera”), 1923; Albertine disparue,  retitulada como Le fugitive (“La fugitiva”), 1925 y Le temps retruvé (“El tiempo recobrado”), 1927.
         En busca del tiempo perdido  es un conjunto novelístico sumamente complejo, donde los temas dominantes (el amor, la muerte, la ausencia y la pérdida, entre otros) se encuentran entretejidos laberínticamente. A la vez que un panorama de la cultura y usos sociales de una época, es una comedia social, un tratado sobre las pasiones y una crónica de la propia escritura. Inspirados por el azar sus largos diálogos y los discursos  profusamente metafóricos, pueden adecuarse tanto para expresar los pensamientos más abstractos como las más líricas descripciones de la naturaleza.  
        
         5.- Luz de Agosto (Light in August, 1932), de William Faulkner (1897-1962). Lo que  más me sacudió de esta novela, catalogada como la mejor lograda de la saga de Yoknapatawpha, al incorporar la visión casi religiosa  de la desesperanza y estolidez de la vida cotidiana de los personajes, en el sur de los Estados Unidos, fue el personaje de Lena Grove, una mujer embarazada que camina de Alabama a Mississippi en busca de un hombre, Lucas Burch, el padre del hijo que está por nacer y, al encontrarlo tres años más tarde, simula no reconocerlo por lealtad al hombre con quien vive, que le ha dado apoyo y ha velado por ella y por su pequeña hija, Alice.
         Pero lo más relevante  en Luz de Agosto, además de lo impresionante de la historia, es el empleo de técnicas  narrativas dispares, como la anarquía cronológica, el paralelismo mítico, el  trastocamiento de los  planos, espaciales y temporales,  entre otros  novedosos recursos estilísticos.
 
         6.- Los Diarios (1931-1977), de Anais Nin (1903-1977). Los numerosos volúmenes de este diario ininterrumpido que, como un río narrativo, abarcan desde los años treinta y  cuarenta en París, hasta la década de los setenta en Nueva York,  han sido considerados  como  obras maestras de análisis e introspección, conformando en su conjunto una suerte de novela-río que abarca cinco décadas hasta la muerte de la escritora y cuyo tema principal es  la búsqueda del  “yo” íntimo a través del laberinto de la propia existencia de la autora.
         La escritura de Anis Nin se caracteriza principalmente por la utilización e integración del simbolismo y el psicoanálisis, además de varias tendencias artísticas que van desde el impresionismo hasta el cubismo y las artes más modernas y las técnicas narrativas más novedosas desde D. H. Lawrence, L. Durrel, Henry  Miller y Djuna Barnes,  hasta las más nuevas.
 
         7.- Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914-1984). Escrita durante el exilio del autor en París y llamada, acertadamente, por muchos analistas literarios como el Ulises Latinoamericano, esta novela integra todos los géneros y combina el mundo real  con el mundo ficticio inventado y recreado, además significar una reflexión sobre la escritura y la literatura en general, a través de las Morellianas  en la voz de  Morelli, uno de los personajes.
         Sin caer en exageraciones se puede decir que esta novela de Cortázar representa  el monumento literario de la segunda mitad del siglo XX y del llamado Boom Latinoamericano de los sesenta, al integrar  todos los aportes literarios de los escritores de los últimos siglos, más el añadido de su propio aporte al edificio de la literatura universal.
 
         8.- La Autobiografía (1919-1962), de Doris Lesing (1919). Bajo los títulos Dentro de mí  que abarca los primeros treinta años de la vida de la autora (1919-1949) y Un paseo por la sombra  (1949-1962), en los dos primeros tomos de su autobiografía, Doris Lesing  narra su vida a la vez que la  historia le va sirviendo de trasfondo  para su obra literaria que comprende novelas, diarios, relatos, poesía..., al mismo tiempo que nos ofrece la narración de los diversos cambios operados en un mismo ser humano (ella misma) desde la más temprana juventud hasta una espléndida madurez.
         En el primer tomo, Dentro de mí, la autora narra su vida pormenorizada desde el nacimiento en Persia y la estadía en Africa, hasta el regreso a la depauperada Inglaterra de la posguerra. En el segundo volumen, Un paseo por la sombra,  reflexiona sobre los cambios morales y políticos operados en su vida y sobre la actuación de una mujer liberada de  todos los prejuicios  que la habían aprisionado en su juventud.
 
         9.- El cuarteto de Alejandría (1957-1960), de Lawrence Durrel (1912-1990). En la escritura de las cuatro novelas que integran este conjunto narrativo (Justine, 1957; Balthazar, 1958; Mountolive, 1958 y Clea, 1960, Lawrence Durrel  ha trazado toda una Teoría de la Novela. Siendo Darley, el personaje-narrador, él mismo un escritor, un novelista, se  incluyen cartas a otros escritores (Miller entre ellos), fragmentos de diario y reflexiones sobre la escritura de una novela, en capas de realidad.
         Situada en el confín de dos culturas (Oriente y Occidente), con su  cantidad de lenguas (armenio, griego, etíope, marroquí, inglés, francés...) y  dialectos judíos (del Asia Menor, Turquía y  Grecia, entre otros), la ciudad de Alejandría representa un papel protagónico en este mosaico narrativo,  al igual que el Ars poético representado por  su Teoría de la Novela.
 
          10.- El Viaje (2000), de Sergio Pitol (1933). Creo que con esta obra, el mexicano Sergio Pitol ha alcanzado el más alto lugar en toda su carrera literaria. Desde el punto de vista de la escritura, estamos ante un trabajoadmirable por el hábil manejo de los registros autobiográficos durante los diversos viajes a lo largo y ancho de los países de la disuelta Unión Soviética, imbricados con discursos  sobre el fin de las políticas dominantes en la  ex-URSS, tomando siempre la debida distancia en sus apreciaciones.
         Las referencias a la ciudad de Praga, con sus puentes, la Plaza de las Brujas, la casa de Fausto, la calle de los orfebres, el gran reloj, el barrio gótico, así como el encuentro con los espíritus de Kafka y Max Brod, nos convierte a los lectores, en maravillados espectadores de un guiñol gótico y al mismo tiempo nos  convoca a disfrutar de  un período determinante en la historia del mundo y sus culturas.  
 
NOTA:
         Muchos son los libros que me han impactado y han dejado honda huella a lo largo de mi ejercicio de lectora. Obras fundamentales en mi formación literaria, han quedado fuera de esta corta lista. Entre los omitidos debo mencionar a Thomas Mann (La Montaña Mágica; Fausto; Muerte en Venecia...); Scott Fitzgerald (Beautifull and Damned; El Gran Gatsby; The Crack-up...); John Dos Pasos; los cuentos de Karen Blixen (Isac Dinesen) y de Katherine Mansfield; todos los libros de Jorge Luis Borges, Jean Rhys, Aldous Huxley, Henry Miller, Milan Kundera y tantos otros que escapan a esta lista.
(En: “De textos y texturas”. Volumen inédito)

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