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Dario Lancini: palindromista
Alicia Perdomo H.
Su cumbia y no su fría razón ando
buscando. Su eco sensual malográndose oí.
Oí el mar y no su cítara. Oh, Dios, ¿si
con su sal forja cien aguas
el mar y no tu telar,
se asea la mariposa encubierta?.
El marino tutelar
El marino elegido, el marino sueco.
Sucumbía y no sufría razonando.
Buscan dos huecos en su alma logran doce, oh.
Y hoy el marino sucitará odios, ¿si
con sus alforjas y enaguas
el marino tutelar
se hace a la mar y posa en cubierta?.
Darío Lancini llamaba a sus bifrónticos “calambur”. Leamos este ejemplo:
El hacedor mira un ave sin alas timada
El hace dormir a una vecina lastimada
GÉNESIS
LUZ: A Eva la raza.
CAOS: Rever a la Nada.
DIPSA: Yo sí soy yo.
GÉNESIS
Nada… ¡Luz!
—¿A ti, necio eterno, he temido?
DIOS: Ah, Satán, eres sabio, lo sé. Vaya Dipsa. ¡Adán, al alba haya sol!
ECO: Dudo…, dudo; celosa ya habla La Dipsa, la oí. Decid, ¿el divino Yavé a Adán animó?
DEMONIO: Yo soy luz. ¡Ah! O eres o no eres. ¿Has oído, Dios? ¿Ahora vas a dudar? ¡Oh! Al revés yo voy a misa.
LA NADA: Yavé, no reiré si te domina Satán. Eres simio.
DIPSA: Yo soy Dipsa. Se ver las edades al ocaso. ¿Y Adán… al Edén robó sal o no, Yavé? A Eva yo daba la serenata. Sobornada yace, parirá. ¿Peca, Yavé? Adán robó saliva con sal. ¿Eres o no resoluble? Yo soy la sed.
YAVÉ: Odio… Ah, Satán, eres odio. ¡Ah Dipsa!
LA VOZ: Oh, al oír la Nada… Oh, ¿cesará su sed? Adán al reconocer la luz a Eva le da el botín. Echó Adán al río las edades al nadar. ¡Oh!, es Eva, y yo soy dipsas Amén. Agraza la Nada. Si osas, Eva, pide, todo te doy: seria soledad, aromas en esa torre… Di, te daré goce raro. ¿Has oído? Dime tú, ¿tierno soy? Dipsa yo soy… Adán, sé ver la Nada.
ADÁN: Yo soy Adán.
YAVÉ: Yo soy Yavé Dios. Oíd.
EVA: Y yo soy Eva, Yavé. Aroma yo doy. ¿Nada seré?
ADÁN: Eva, yo di vid en racimo.
YAVÉ DIOS: Oíd, yo solo soy nada.
ADÁN: (Al oído) — Eva, yo dudo. ¿Celos y amor? Asaz razono, dudo… ¿No hubo Dios? ¡Ah, Dipsa, eres áspid!
EVA: Yo no dudo, no temo. ¡Sé mío! En racimo bebo ese deseo.
YAVÉ: Yo haré mi casa cimera hoy. Yo soy Yavé.
Adán aloja bajo la luz. Alegre vi mi verdad. No baldaba la Nada. Yavé a los seres solaza.
¡Parid, Eva, y yérgase esa grey!
Abel gime… Mi gleba nada dará si allá Caín orinó con ironía.
¿Calláis? ¡Arad, Adán!
“¡Abel!”, gime mi gelba. ¡Yérgase esa grey!
Yavé dirá: “¡Paz a los seres! ¡Sol a Eva y Adán!” Alabad la bondad.
Reví mi vergel azul. Aloja bajo la nada Eva, y yo soy Yo. Haré mi casa cimera hoy.
EVA: Yo ese deseo bebo, mi carne oí. Me someto. No dudo, no. Yavé.
DIPSA: Seré áspid. ¿Has oído, Búho? No dudó, no. ¡Zarzas, aroma y sol!
ECO: Dudo…
YAVÉ: Odio la Nada. ¡Adán, yo solo soy Dios! Oíd.
EVA: Yo mi carne divido.
YAVÉ: Nada eres.
ADÁN: Yo doy amor a Eva.
YAVÉ: Yo soy Yavé Dios. Oíd.
EVA: Y yo soy Eva, ¿y nada yo soy? ¿Nada…?
ADÁN: Al revés NADA yo soy.
ÁSPID: Yo sonreí. Tu temido dios ahora recogerá de ti derrotas en esa morada de los aires. Yo de todo te di… Pavesa sois, Adán. Al azar gané más, Áspid yo soy.
YAVÉ: Se horadan las edades al oír la Nada. ¡Oh, Cenit, oblea del Ave azul!, al reconocer la Nada de sus aras echó Adán al río la hoz oval.
ÁSPID: Ha oído, serenatas ha oído Eva, y de sal yo soy.
EL BULO: “¡Ser o no ser…!” El asno cavila.
Sobornada Eva yace, parirá, peca, y Adán robó.
SATÁN: Eres alabado, Yavé. ¿A Eva yo no la soborné? De la nada yo saco las edades al revés. Áspid… yo soy áspid. Oí mis serenatas. ¡Ánimo!
De ti se rieron Eva y Adán. A la sima yo voy. Sé ver la hora. ¿Dudas, avaro? ¿Has oído?
DIOS: Ah, ¿seré o no seré? ¡Oh, azul yo soy! Oí. No me domina nada. A Eva yo ni vid le di, cedió al áspid. ¡Al alba haya sol!
ECO: Dudo…, dudo; celosa ya habla la Nada.
ÁSPID: (A Yavé) —Solo ibas. Serenatas has oído. Dime, ¿te honré, te oí? ¡Cenit azul, Adán sí se negó y yo sí soy Áspid! Adán al reverso a cazar al Ave azul sí se negó.
DIOS: Ah, Satán, eres y somos seres solos.
Oda
Román: en amoroso lecho,
honorable dama, hoy os ama
Román enamorado.
Teresa: Seré toda, Román,
en amor, ama soy. ¡Oh, amad!
El Barón: ¡Oh! ¡Oh, celoso Román enamorado!
Amor azul
Ramera, de todo te di,
Mariposa colosal, sí,
yo de todo te di.
Poda la rosa, Venus.
El átomo como tal
es un evasor alado.
Pide, todo te doy: isla,
sol, ocaso, pirámide.
Todo te daré: mar, luz, aroma.
Eva y Adán
Al oírnos sonrió la Nada, Yavé.
Ácida Saeta
Al abad anonadaba
la atea sádica.
Alá
Yo soy de Mahoma
el dios.
Oídle a Mohamed.
Yo soy Alá.
Lato
¿Tres, seis o nueve?
Sólo se ve Uno,
Eco:
¿Dos o doce o nueve?
Sólo se ve Uno.
Sí, es SER Total.
Aves
Oros coge Ícaro
Llama, ora.
Cien aves se van
e Ícaro ama.
Llora, ciego coro.
Se va.
Adán
¿Yo soy yo?… Dudo.
Dios:
Ah, el ateo paranoico
me emocionará, poeta.
¿Le has oído? Dudó y
yo soy nada.
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Esto al sabio diré:
—habla la Nike—
“Pasajero se corta
sus atroces orejas”.
A Pekín al alba,
herido ibas Lao Tsé.
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Esto a las ateas diré:
“Hoy yo soy yo”.
Solo dile esto a Mao Tsé:
“El ídolo soy yo, soy yo”.
Herid, saetas, a Lao Tsé.
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Si no fuera porque el lenguaje es superior a toda obra y se resiste, por hipótesis, a declararse vencido por ningún otro documento, Oír A Darío, vendría a ser la consumación del género palindrómico.
Miguel Ángel Avelar
En 1996 me reuní con Darío Lancini. Fui afortunada por una larga conversación que me regaló y porque de esa reunión salí con un ejemplar de Oír a Darío dedicado y con unos cuantos secretos. Darío estaba trabajando, además, con una nueva propuesta cuya base era un mazo de cartas. Quería seguir involucrado abiertamente con la ludolingüística. Me habló de fractales, de matemáticas aleatorias y recreativas y de textos bifrónticos que había escrito, defendió férreamente el aspecto literario de sus palíndromos, se zambulló en la poesía y me dejó claro que estaba obsesionado por la simetría.
Creo que nos sentamos al mediodía y alrededor de las cuatro de la tarde, empezó a hablarme de la historia del palíndromo, del cuadrado sator con sus palabras mágicas SATOR, AREPO, TENET, OPERA, ROTAS que formaban palíndromos.
Poco después, me contó una historia, creo que era ficcionalizada, porque se sonreía pícaramente, donde pasó de Javé y Adán, aterrizando en el místico Eleazar of Worms y su teoría sobre el valor numérico de la palabra. Aparentemente, este fue quien concibió, en el año 1000, una fórmula para utilizar la palabra Aemeth (vida) en la creación de seres artificiales. Un día, temiendo la rebeldía del Golem, borró las dos primeras letras de la inscripción, y dejó el resto de la palabra: meth, es decir, muerte. Así murió el Golem. Antes que esto sucediera, el Golem le propuso agregar a la palabra Aemeth otra más para formar una frase para que significara: regreso de la muerte para conocer la verdad. Eleazar de Worms redactó la fórmula. Eran tres palabras que coincidían silábicamente. Podían leerse con idéntico significado de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Pero el creador del Golem, aterrorizado por las consecuencias que pudiera desatar la inscripción en la frente de su criatura, quemó la fórmula. Fue el primer palíndromo de la historia.
León VI, emperador de Bizancio, fue capaz de concretar una veintena de palíndromos, Darío pasó a contarme cómo el argentino Juan Filloy, retomó el desafío y alcanzó la cifra fabulosa de 8.000; y con Víctor Carbajo fueron los más prolíferos palindromistas en la lengua española. Darío Lancini los acompaña en esa gesta. Esa tarde también me enteré del trabajo de Edmund Carter y The Dark Man of the Palindromes, y de OuLiPO, donde George Perec desarrolló su pasión por los juegos de palabras, lipogramas, anagramas y rompecabezas y donde concibió el palíndromo más largo escrito en francés.
Me recordó a Julio Cortázar y su cuento “Lejana”, donde el argentino pone a la protagonista insomne a lucubrar:
Así paso horas: de cuatro, de tres y dos, y más tarde palindromas. Los fáciles, salta Lenin el Atlas; amigo, no gima; los más difíciles y hermosos, átate, demoniaco Caín o me delata; Anás usó tu auto Susana. O los preciosos anagramas: Salvador Dalí, Ávida Dollars; Alina Reyes, es la reina y… Tan hermoso, este, porque abre un camino, porque no concluye. Porque la reina y…
No, horrible. Horrible porque abre camino a esta que no es la reina, y que otra vez odio de noche. A esa que es Alina Reyes pero no la reina del anagrama; que será cualquier cosa, mendiga en Budapest, pupila de mala casa en Jujuy o sirvienta en Quetzaltenango, cualquier lado lejos y no reina. Pero sí Alina Reyes y por eso anoche fue otra vez, sentirla y el odio.
Ese mismo Cortázar al que se refería Darío Lancini le escribe una carta en 1977: “Acabo de recibir por Sergio Pitol su maravilloso OIRADARIO. Gracias, muchas gracias por estas horas fascinantes que he pasado con su libro, un libro interminable porque se vuelve a él una y otra vez, a solas y con los amigos, en plena calle, en pleno sueño. Me ha hecho usted un regalo que no olvidaré nunca. Al mostrarnos así las dos caras del espejo, nos enriquece en poesía, nos entraña aún más en el vértigo de la palabra. Gracias”. No fue el único escritor que admiraba su trabajo: Sergio Pitol y Augusto Monterroso lo acompañaron.
Antes de conocer a Darío Lancini, reconozco que no me interesaba el contenido del palíndromo, solo esa gimnasia lingüística maravillosa, su simetría. El palíndromo, esa palabra o frase de estructura simétrica donde las letras se repiten en el mismo orden cuando es leído en la dirección inversa, sin tomar en cuenta puntuación, signos ortográficos ni la separación de las palabras, es además, un recurso de tipo lúdico, resultado de la actividad palindrómica, del juego de palabras.
Métrica y simétrica. El palíndromo es forzoso e ineludible. Sale del ingenio, casualidad que da la causalidad, y produce efectos insospechados, giros tramas y subtramas y es producto de mucha búsqueda. El palíndromo requiere la paridad, la igualdad, y por qué no, el ritmo que le marca al escritor. Es el espejo en el que se mira el sujeto y ve al predicado.
Coincido con Matilde Daviú quien apunta a las técnicas verbales que aplica Lancini en la elaboración de sus poemas “porque no solo aumentan el poder expresivo del lenguaje sino que le otorgan un mayor poder a lo lúdico. El juego verbal se vuelve una adicción, una trampa placentera de la cual resulta difícil evadirse. El poema es una especie de crucigrama que hay que resolver todos los días, por eso se vuelve a él reiteradamente y se disfruta”
Las dos caras del espejo que muestra Lancini, quedan domesticadas. Tal vez el autor no pueda expresarse simétricamente con la misma libertad que en otros campos literarios, pero los palíndromos son afortunados por esa capacidad de sorpresa que proporciona una palabra cuando la gira y vemos las posibilidades de formar otra u otras. Además, somos nosotros quienes, al elegir una y no otra, vamos a conducir el palíndromo por donde queremos, sin olvidarnos, claro está, de las limitaciones propias de la simetría, que es sin duda una bella forma de expresión artística.
El palíndromo es poesía, como me explicaba Lancini, pero es también teatro, narrativa y matemáticas. No olvidemos tampoco que es un recurso, una herramienta, un juego, un artificio.
Darío Lancini, venezolano (1932-2010), fue integrante, a finales de los años 50 y principios de los 60, de los grupos El Techo de la Ballena y Tabla Redonda, de cuya revista homónima fue colaborador, junto con Rafael Cadenas, Manuel Caballero, Jesús Sanoja Hernández y Jacobo Borges, entre otros. Pocos lo recuerdan como pintor —era un admirador confeso de Francis Bacon— pero son sus inicios; y luego se dedica, lúcido, a la escritura. Estuvo detenido 6 años durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y en los sesenta se exilia en Polonia.
A su regreso publica, con prólogo de Salvador Garmendia, Oír a Darío (Caracas: Monte Ávila Editores, 1975), que reúne varios de sus palíndromos de extensiones variables; desde una frase, hasta su versión de la obra Ubú rey, del patafisico polaco Alfred Jarry, reconocida como el mayor palíndromo jamás escrito. Ubú rey, es una obra teatral de Alfred Jarry estrenada en 1896 en el Théâtre de L’Oeuvre de París. A partir de este estreno, el teatro experimentó cambios definitivos, rompiendo así con una fuerte tradición al renovar tanto la escritura dramática como los conceptos de puesta en escena, desde la iluminación, vestuarios, utilización de máscaras y gestualidad actoral. Esto convirtió a Alfred Jarry en uno de los precursores más importantes del surrealismo, del dadaísmo y del teatro del absurdo.
La exclamación “¡MERDRE!” da comienzo a la obra, dejando al descubierto el personaje de Ubú, una representación de lo grotesco y humanamente innoble del poder político y el gobierno. Este personaje genera la creación de tres obras más: Ubú en la colina (un resumen de Ubú rey, adaptado para llevarlo a un acto de marionetas), Ubú cornudo y Ubú encadenado. El genio de Lancini radicaba en escribir poemas palindrómica. Gabriel Zaid, en la revista Vuelta, de Octavio Paz, escribió que el más largo palíndromo de la lengua española tenía 250 palabras. En la siguiente edición debió desdecirse: había recibido de Lancini el libro Oír a Darío, el cual contenía uno de 700 palabras, y no fruto del azar: se trataba, ni más ni menos, que de una versión en un solo palíndromo del Ubu Rey, de Alfred Jarry.
Aunque es conocido por sus palíndromos, Lancini también trabajó con textos bifrónticos; esos “textos cuyo sonido se repite idéntico pero cambia de sentido con la grafía”. En un libro que dejó inédito, y quizás inconcluso, Logodédalo —presentado en el número 3 de la revista El Salmón—, incluye un bifróntico:
El mar y no tu telar
El mar y no el ejido, el mar y no su eco.El mar y no tu telar
Su cumbia y no su fría razón ando
buscando. Su eco sensual malográndose oí.
Oí el mar y no su cítara. Oh, Dios, ¿si
con su sal forja cien aguas
el mar y no tu telar,
se asea la mariposa encubierta?.
El marino tutelar
El marino elegido, el marino sueco.
Sucumbía y no sufría razonando.
Buscan dos huecos en su alma logran doce, oh.
Y hoy el marino sucitará odios, ¿si
con sus alforjas y enaguas
el marino tutelar
se hace a la mar y posa en cubierta?.
Darío Lancini llamaba a sus bifrónticos “calambur”. Leamos este ejemplo:
El hacedor mira un ave sin alas timada
El hace dormir a una vecina lastimada
Coincido con Salvador Garmendia en su breve prólogo a Oír a Darío: “En este prodigioso empeño lúdicro de Darío Lancini, la lengua se riega en el tablero de juego, fraccionada en incontable multitud de fichas, donde a partir del punto de partida, todo lo dable es válido y ninguna aproximación objetable; lo engañoso, lo cotidiano, lo culto, lo procaz, lo risible, lo oscuro, lo eufórico, lo triste”.
Y quiero terminar, diciendo que a la palindromía no solo la envuelve el misterio sino el aspecto lúdico. Juego individual o plural, donde el autor pone las barajas en la mesa e invita al lector al juego. Este lector (receptor-segundo jugador), al ejercer el derecho de participar por medio de su propia combinación, deseará conocer la intención del autor (y si lo hubiere, la de otro u otros jugadores). Se establecerá una relación entre el juego y el jugador. Es cuando la figura lúdica o la jugada, expuesta en forma de verso, de diálogo, de cuadrados o anagramas, se enriquece y penetra en las posibilidades. Lo inasible se torna abierto. La terminología ya no importa: versos jánicos, recíprocos, sotadinos, cangrejos, recurrentes, capicúas, analavalanas, o versos retrógrados.
Leamos algunos palíndromos, extraídos de Oír a Darío, como una breve muestra de su extenso trabajo:
Solos seres somos
y serenatas has oído
GÉNESIS
LUZ: A Eva la raza.
CAOS: Rever a la Nada.
DIPSA: Yo sí soy yo.
GÉNESIS
Nada… ¡Luz!
—¿A ti, necio eterno, he temido?
DIOS: Ah, Satán, eres sabio, lo sé. Vaya Dipsa. ¡Adán, al alba haya sol!
ECO: Dudo…, dudo; celosa ya habla La Dipsa, la oí. Decid, ¿el divino Yavé a Adán animó?
DEMONIO: Yo soy luz. ¡Ah! O eres o no eres. ¿Has oído, Dios? ¿Ahora vas a dudar? ¡Oh! Al revés yo voy a misa.
LA NADA: Yavé, no reiré si te domina Satán. Eres simio.
DIPSA: Yo soy Dipsa. Se ver las edades al ocaso. ¿Y Adán… al Edén robó sal o no, Yavé? A Eva yo daba la serenata. Sobornada yace, parirá. ¿Peca, Yavé? Adán robó saliva con sal. ¿Eres o no resoluble? Yo soy la sed.
YAVÉ: Odio… Ah, Satán, eres odio. ¡Ah Dipsa!
LA VOZ: Oh, al oír la Nada… Oh, ¿cesará su sed? Adán al reconocer la luz a Eva le da el botín. Echó Adán al río las edades al nadar. ¡Oh!, es Eva, y yo soy dipsas Amén. Agraza la Nada. Si osas, Eva, pide, todo te doy: seria soledad, aromas en esa torre… Di, te daré goce raro. ¿Has oído? Dime tú, ¿tierno soy? Dipsa yo soy… Adán, sé ver la Nada.
ADÁN: Yo soy Adán.
YAVÉ: Yo soy Yavé Dios. Oíd.
EVA: Y yo soy Eva, Yavé. Aroma yo doy. ¿Nada seré?
ADÁN: Eva, yo di vid en racimo.
YAVÉ DIOS: Oíd, yo solo soy nada.
ADÁN: (Al oído) — Eva, yo dudo. ¿Celos y amor? Asaz razono, dudo… ¿No hubo Dios? ¡Ah, Dipsa, eres áspid!
EVA: Yo no dudo, no temo. ¡Sé mío! En racimo bebo ese deseo.
YAVÉ: Yo haré mi casa cimera hoy. Yo soy Yavé.
Adán aloja bajo la luz. Alegre vi mi verdad. No baldaba la Nada. Yavé a los seres solaza.
¡Parid, Eva, y yérgase esa grey!
Abel gime… Mi gleba nada dará si allá Caín orinó con ironía.
¿Calláis? ¡Arad, Adán!
“¡Abel!”, gime mi gelba. ¡Yérgase esa grey!
Yavé dirá: “¡Paz a los seres! ¡Sol a Eva y Adán!” Alabad la bondad.
Reví mi vergel azul. Aloja bajo la nada Eva, y yo soy Yo. Haré mi casa cimera hoy.
EVA: Yo ese deseo bebo, mi carne oí. Me someto. No dudo, no. Yavé.
DIPSA: Seré áspid. ¿Has oído, Búho? No dudó, no. ¡Zarzas, aroma y sol!
ECO: Dudo…
YAVÉ: Odio la Nada. ¡Adán, yo solo soy Dios! Oíd.
EVA: Yo mi carne divido.
YAVÉ: Nada eres.
ADÁN: Yo doy amor a Eva.
YAVÉ: Yo soy Yavé Dios. Oíd.
EVA: Y yo soy Eva, ¿y nada yo soy? ¿Nada…?
ADÁN: Al revés NADA yo soy.
ÁSPID: Yo sonreí. Tu temido dios ahora recogerá de ti derrotas en esa morada de los aires. Yo de todo te di… Pavesa sois, Adán. Al azar gané más, Áspid yo soy.
YAVÉ: Se horadan las edades al oír la Nada. ¡Oh, Cenit, oblea del Ave azul!, al reconocer la Nada de sus aras echó Adán al río la hoz oval.
ÁSPID: Ha oído, serenatas ha oído Eva, y de sal yo soy.
EL BULO: “¡Ser o no ser…!” El asno cavila.
Sobornada Eva yace, parirá, peca, y Adán robó.
SATÁN: Eres alabado, Yavé. ¿A Eva yo no la soborné? De la nada yo saco las edades al revés. Áspid… yo soy áspid. Oí mis serenatas. ¡Ánimo!
De ti se rieron Eva y Adán. A la sima yo voy. Sé ver la hora. ¿Dudas, avaro? ¿Has oído?
DIOS: Ah, ¿seré o no seré? ¡Oh, azul yo soy! Oí. No me domina nada. A Eva yo ni vid le di, cedió al áspid. ¡Al alba haya sol!
ECO: Dudo…, dudo; celosa ya habla la Nada.
ÁSPID: (A Yavé) —Solo ibas. Serenatas has oído. Dime, ¿te honré, te oí? ¡Cenit azul, Adán sí se negó y yo sí soy Áspid! Adán al reverso a cazar al Ave azul sí se negó.
DIOS: Ah, Satán, eres y somos seres solos.
Oda
Román: en amoroso lecho,
honorable dama, hoy os ama
Román enamorado.
Teresa: Seré toda, Román,
en amor, ama soy. ¡Oh, amad!
El Barón: ¡Oh! ¡Oh, celoso Román enamorado!
Amor azul
Ramera, de todo te di,
Mariposa colosal, sí,
yo de todo te di.
Poda la rosa, Venus.
El átomo como tal
es un evasor alado.
Pide, todo te doy: isla,
sol, ocaso, pirámide.
Todo te daré: mar, luz, aroma.
Eva y Adán
Al oírnos sonrió la Nada, Yavé.
Ácida Saeta
Al abad anonadaba
la atea sádica.
Alá
Yo soy de Mahoma
el dios.
Oídle a Mohamed.
Yo soy Alá.
Lato
¿Tres, seis o nueve?
Sólo se ve Uno,
Eco:
¿Dos o doce o nueve?
Sólo se ve Uno.
Sí, es SER Total.
Aves
Oros coge Ícaro
Llama, ora.
Cien aves se van
e Ícaro ama.
Llora, ciego coro.
Se va.
Adán
¿Yo soy yo?… Dudo.
Dios:
Ah, el ateo paranoico
me emocionará, poeta.
¿Le has oído? Dudó y
yo soy nada.
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Esto al sabio diré:
—habla la Nike—
“Pasajero se corta
sus atroces orejas”.
A Pekín al alba,
herido ibas Lao Tsé.
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Esto a las ateas diré:
“Hoy yo soy yo”.
Solo dile esto a Mao Tsé:
“El ídolo soy yo, soy yo”.
Herid, saetas, a Lao Tsé.
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Alicia Perdomo H. es venezolana y reside en Nueva York donde se desempeña como profesora de Estudios Hispánicos en BMCC, CUNY. Crítica especialista en Literatura Latinoamericana contemporánea, ha publicado diversos estudios entre los que se encuentran Variaciones de un personaje: la progresiva ficcionalización de Elisa Lerner (2009). Actualmente trabaja en un libro sobre la narradora venezolana Victoria de Stefano.