TALLER CRÍTICO SOBRE
DE RAPOSAS Y DE LOBOS
Por: ROBERTO J. LOVERA DE-SOLA
Hay diversas
maneras de abordar la nueva novela, la tercera de Antonieta Madrid, De Raposas y de lobos (Caracas:
Alfaguara, 2001. 335 p.). Y
esa primera perspectiva que debemos fijar
podemos hacerla a partir de unas notas
manuscritas que sobre la misma redactó su autora, crítica de practicante, como
diría T.S. Elliot. Según esto, con lo cual coincidimos, De raposas... es
un libro en movimiento: un ámbito en
donde aparece un espacio narrado en el cual se hacen presentes las diversas
historias imbricadas, cambiantes, entre cuyas paredes se desarrolla la trama
imaginativa que ella nos ofrece en esta bella novela en la cual nos propone la
salvación, la curación personal, por el amor (p. 309). Y lo que es su esencia,
el hecho contrario, la lucha contra lo falso porque “lobos y raposas están
hechos de la misma pasta” (p.96).
De Raposas... está construida sobre una estructura peculiar, de alguna forma se
espiga a partir de lo ofrecido en su segunda novela Ojo de pez (Caracas:
Planeta, 1990. 182 p.). Por ello aquí otra vez todo se nos cuenta en forma abierta y cambiante, lo cual conduce
a la formulación, a la proposición de una nueva escritura que para nosotros es
posmoderna, por su uso constante de la fragmentación y del texto suelto. Por su
constante referencia al tiempo en que vivimos: días de incertidumbre, de
perplejidad (p. 282).
La novela,
escrita a través de una serie de
estratos, es de alguna manera un palimpsesto, como en él detrás de una pintura
hay otra, aquí detrás de la escritura que leemos yace otra redacción que
debemos comprender para entender la esencia de este volumen.
Y es por ello que
esta novela, dentro de sus entrañas, nos ofrece su propia crítica, quizá su
autocrítica, a través de cuyas anécdotas verosímiles podemos percibir la
realidad toda de nuestros días. Y aquí es donde entramos en su esencia más
honda. La mayor parte de De raposas... sucede en una clínica
psiquiátrica pero su autora nos propone
una interrogante: ¿se curan las personas con los métodos habituales de la
psicología, o más bien son sometidos a una honda manipulación psíquica y
afectiva que los convierte, no en seres sanos sino en locos amaestrados? Esta
es quizá la gran pregunta que la autora formula
a través de los vericuetos que
pasamos cuando nos hundimos en su lectura y nos dejamos llevar por las mil
interrogantes que la ficción nos hace.
Antonieta Madrid
anota en sus apuntes que usa el efecto del espejo y del caleidoscopio a lo
largo de su invención. Y esto es evidente cuando nos damos cuenta de que la
protagonista es a la vez dos personas: Fulvia, ser que redacta la novela (p.294) y Mónica que es la persona real. Así
coexisten aquí, otra vez en la narrativa de esta autora, dos novelas situadas
dentro del gran espacio que es la novela que tenemos en las manos al leerla.
Estas dos novelas son El cuaderno de Fulvia Fénix, las páginas íntimas y
El rollo de Afrodisia que nos cuenta lo que sucede en el mundo real. Así
también el volumen tiene varias caras formadas por ámbitos distintos: el lugar
de lo real y aquellos textos, llamémoslo así, en los cuales predomina lo que es
complementario y pueden ser considerados periféricos.
Es también por
estas razones que el tiempo de la narración no es el real sino el psicológico,
el que vivimos, el que viven los personajes, el que les influye por sus
peculiares cualidades, el cual es a la vez circular, que nos atrapa y nos deja
para volvernos a tomar (p.272). Ya hemos señalado que en su novela Antonieta
Madrid nos propone la curación por el amor y esto mirado a través del replanteamiento del mito de
“Eros y Psique”, y en algún momento por medio de “Danae”, la “embarazada por el
viento” del mundo antiguo, de una canción de Cecilia Todd, de una bella prosa
de Denzil Romero en su Lugar de crónicas. Porque ahora, como dice Milan Kundera en un
pasaje de El libro de la risa y el olvido, sólo tenemos nuestras voces interiores, Itaca está dentro
de nosotros mismos. Así lo encontramos también aquí (p.151). Y como es lógico
aquí todo “fue un sueño y nada más que un sueño” (p. 35). Es decir que estamos
en el espacio de la imaginación, de la ficción, de la invención.
Pero sin duda lo
que más nos llama la atención es la constante experimentación a la cual la
autora sometió los textos de su obra, la parodia, la intertextualidad (p.215),
los rasgos de humor y el uso constante de la mezcla, lo “centelleante, lo
intermitente, la ambigüedad” (p. 44), el azar (p. 56), los fragmentos con los
cuales está formado el volumen a todo lo largo de su extensión (p. 105). “Sí a
la copia, al simulacro, al ensamblaje, al bricolaje y al pastiche... sí al
ludismo” (p.96) leemos.
Pero también
apela a la escritura del cuerpo (pp. 32, 67, 152), a la sensualidad del renglón
creado. Hemos dicho que consideramos a este libro como una obra post moderna, y
no creemos que sea casual, miren el colofón, que sea la primera novela
venezolana editada en el siglo XXI. Y este libro es post moderno por lo que
hemos anotado antes y por la
fragmentación que hemos encontrado en
él, por ofrecernos una muestra de nuestra incertidumbre colectiva, por el
collage evidente en él, “por el melange de estilos y productos que se disgregan
en una confusión caleidoscópica” como dice el profesor inglés David Lyon de la
época en que vimos en su preciso libro Postmodernidad (Madrid: Alianza Editorial, 1996, p. 126).
De raposas... es también posmoderno
por el desamparo en el cual hallamos a sus criaturas, por la autosatisfacción,
la búsqueda de una ética de la secularidad, por la experiencia de crisis, por
la presencia de la desesperanza, como en la película de Blade Runner, por la falta de perspectivas, el desastre
ecológico, “el pánico moral a raíz del SIDA” (p. 130) que vivimos, por la
imposibilidad de toda redención que todos sentimos, por el caos aceptado, por
el papel actual del intelectual quien es ahora sólo un intérprete (a lo cual
alude en el último párrafo de la p. 135), porque “hay que abandonar la
nostalgia por lo fijo, estable y permanente” (p. 136), porque vivimos la
globalización como meta, tenemos al Centro Comercial como lugar en donde estar. Pero también debemos
saber, dice Lyon, “el concepto de postmodernidad representa una valiosa
problemática que nos alerta sobre cuestiones clave relativas a los cambios
sociales contemporáneos... lo social y
lo cultural son inseparables... el debate sobre la modernidad como fenómeno
estimula una revaluación de la modernidad como
fenómeno sociocultural... el debate postmoderno nos obliga a formar juicios... sobre la propia modernidad... las
riendas del futuro no están en manos de nadie... (hay) que dejar espacio a la
visión de una nueva tierra renovada” (pp. 149-152) en donde habite el amor al
otro y una ética responsable.
Esa es la
posmodernidad que quizá comenzó el 15 de junio de 1972 (p.107) o el 6 de agosto
de 1945 como se lee en este libro (p. 135), la que tiene a Los Angeles como su
ciudad no ya a Nueva York, la urbe de la modernidad (junto a París). La que ha revaluado hasta el
sentido de lo religioso porque tiene como obras fundamentales, en este terreno,
las críticas al Cristianismo y al Islam
en La última tentación de Cristo de Scorsese (sobre el texto del griego
Nikos Kazantzakis) que es, así no lo quieran los creyentes, una obra cristiana
y en Los versos satánicos, que no son ni versos ni satánicos, de Salman
Rushdie.
Y en todo esto
nos incita a meditar otra vez, Antonieta Madrid, en las páginas de su libro,
escrito con tanta belleza, soltura y hasta ternura, que estamos poniendo en las
manos de ustedes esta noche...
Roberto
J. Lovera De-Sola.
(Leído
en el News Café, en Caracas,
la
noche del 10 de mayo de 2001).
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